Erase una vez... una bellísima muchacha, de carácter dulce, cuyo padre, que había enviudado, volvió a casarse. Por desgracia
esta segunda boda representó para la muchacha el comienzo de una vida llena de humillaciones. Como su madrastra tenía ya dos hijas, todas las atenciones quedaban ya reservadas a sus dos hermanastras, mientras la muchacha se veía obligada a realizar las tareas más humillantes de la casa.
Un día, la madrastra despidió a la que fuera por largo tiempo su criada, y llamó a la muchacha para decirle: "¡Desde ahora serás la nueva criada!" Desde aquel día, se la llamó Cenicienta porque, al finalizar las duras tareas de la casa, se acurrucaba a menudo en un rincón de la chimenea, junto a las cenizas, lugar que se convirtió en su refugio preferido. Su único amigo era el gato, al que acariciaba mientras soñaba durante largos ratos... A pesar de ir vestida con andrajos, Cenicienta era mucho más hermosa que sus hermanastras, aunque estas vestían bonitos vestidos y se perfumaban; la envidia que esto le causaba a la madrastra hacía que aumentara el odio que sentía por Cenicienta.
Cierto día llegó de palacio una invitación para una fiesta. Se había organizado un gran baile en honor al hijo del rey, al cual habían de asistir todas las muchachas casaderas. La madrastra tuvo mucho trabajo para procurarles a sus tontainas y poco agraciadas hijas, ricos y elegantes vestidos. A Cenicienta solamente se le exigió que ayudara a peinar y vestir a las dos hermanas para la fiesta. Cuando éstas se fueron, la muchacha se quedó sola y desconsolada, llorando en ompañía del gato. De repente, divisó una luz muy intensa al final del camino y un hada apareció en la cocina. "Soy un hada a quien el viento ha llevado tus suspiros. Tu bondad me ha conmovido tanto que voy a procurarte un mejor destino.¡Estoy aquí para que puedas asistir a la fiesta!"
Sorprendida, la muchacha pudo balbucear: "¿...la fiesta? ¿Con estos andrajos? No me dejarán entrar." el hada sonrió, y le ordenó: "Acercate al jardín y traeme una calabaza.¡Rápido!", y mirando al gato: "¡Y tú traeme al instante siete ratoncillos!" Cenicienta trató de reclamar, pero el hada la empujó suavemente hacia la puerta mientras le decía: " Ten confianza en mí... y no te olvides de traerme la calabaza más grande que encuentres!" Al gato no hubo necesidad de alentarlo: se había dirigido ya a la despensa a capturar a los siete ratones. En efecto, al poco rato los entregó muertos de miedo al hada. Cuando Cenicienta volvió arrastrando una enorme calabaza amarilla, el hada lazó su varita mágica y...¡zas!, en un abrir y cerrar de ojos la calabaza se transformó en una bellísima carroza dorada.
Despues los siete ratoncitos se tranformaron en seis hermosos caballos blancos, guiados por un cochero con librea que blandía un lárguísimo látigo. Cenicienta, sorprendida y asustada al ver aquel prodigio, miró al hada; pero ésta ya había colocado su varita sobre ella. " Y ahora a ti!" De golpe la muchacha se contempló vestida con un maravilloso traje hecho de siete telas diferentes, tejidas con hilo de oro y plata, y adornado con perlas, encajes y puntillas. Quedó tan aturdida que no podía creer lo que veían sus ojos. Pero el hada ya le hacía levantar un poco la falda: " Yesto para calzar tus piecesitos!" Dos rutilantes zapatitos de cristal aparecieron de pronto y completaron la obra. El hada miró complacida a la bella muchacha y le acaricióla mejilla, diciendole: "Cuando llegues a la corte, el principe no podrá sustraerse al encanto de tu belleza. Si te invita, baila con el, pero no olvides que mi hechizo acabará a medianoche, cuando los caballos y el cochero volverán a ser ratones y la carroza, calabaza... y tu volverás a vestir con andrajos! Por eso debes prometerme que te irás de la fiesta antes de medianoche.¿Lo has comprendido?"
Cenicienta, emocionada, contuvo unas lágrimas y sonrió: "¡Gracias! Volveré a medianoche, sin falta." Cuando Cenicienta llegó al palacio real y entró en el salón donde tenía lugar el baile, todo el mundo enmudeció al contemplar su belleza y elegancia.
"¿Quien es?" preguntaban todos. Y también se lo preguntaban las dos hermanastras, que jamás de los jamases hubiesen podido imaginar que aquella joven tan bella fuera la pobre Cenicienta. El principe, al verla, quedó prendado. Se le acercó y la invitó a bailar, inclinándose completamente. Con la decepción reflejada en los rostros de las demás muchachas, el joven bailó con ella toda la velada. Los gráciles zapatitos de cristal parecían tener alas. El principe no se cansaba de preguntarle quien era, o su nombre. Sin embargo Cenicienta, que no paraba de dar vueltas en los brazos del joven le respondía: " Es inutil que os diga quien soy, ya que despues de esta noche no nos volveremos a ver jamás". No obstante, el principe agitando la cabeza le susurraba: "Claro que nos volveremos a ver". Cenicienta se divertía tanto y era tan feliz que se olvidó de las recomendaciones del hada. Hasta que escuchó el repique de una campana: ¡era medianoche! Sólo entonces la muchacha recordó aquello que le había ordenado el hada. Se despidió del principe con prisas, que intentaba retenerla por todos los medios, y se fue corriendo escaleras abajo. Se repetía sofocada: "¡Corre!¡Corre! ¡Al filo de medianoche debes estar fuera de palacio!" Pero en su huida, Cenicienta perdió un zapato. El principe, restablecido de su primer estupor, intentó seguir a la muchacha sin alcanzarla. Encontró el zapatito en la escalera y se dirigió a un gentilhombre, que estaba con el, para ordenarle: "¡Ve a buscar, donde se encuentre, a la muchacha que calzaba este zapato!¡No tendré paz hasta que la encuentre!
Fue así como, al día siguiente, los mensajeros del rey empezaron a buscar casa por casa. Pero ninguna muchacha podía calzarse el zapatito. Llegados a casa de Cenicienta, incluso las hermanastras se lo probaron inutilmente.¡Tenían los pies demasiado grandes! Hasta que uno de los gentilhombres, impresionado por la belleza de Cenicienta, le dijo: "¿Y tu , por qué no te lo pruebas?" " De verdad, yo...", decía menospreciándose y desconcertada. Sin embargo su pie encajó perfectamente dentro del zapato. La madrastra, en el colmo de la indignación y la sorpresa, exclamó: ¡Es imposible que sea Cenicienta, tan sucia y desaliñada, la que buscais!" Pero he aquí que apareció el hada, la cual, con su varita mágica realizó de nuevo el hechizo: la muchacha apareció con un traje maravilloso. Sus hermanastras y los gentilhombres, reconocieron a la misteriosa doncella de la noche anterior.
Según las órdenes del principe, deberían llevar a su presencia a la muchacha que calzara aquel zapatito de cristal. y así fue. " Ahora deberás decirme tu nombre ya que quiero casarme contigo". le dijo el joven al recibir a Cenicienta en su palacio. Desde su escondite el hada sonreía. "Cenicienta, a partir de ahora serás feliz para siempre".
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